Hoy que la ciudad se llena de guías y recomendaciones culturales, nos parece importante reflexionar sobre lo que realmente estamos promoviendo. Porque hay lugares que saben hacerse notar, pero no siempre por las razones correctas.
Cada vez es más común notar que lo que se promueve con "intensidad" son experiencias que apelan más a la apariencia que al encuentro; se resalta lo novedoso, lo bonito e instagrameable, pero se pierde la sustancia; No sabemos por qué estamos ahí o si lo estamos disfrutando. Y entonces perdemos de vista lo más simple– La hospitalidad más real la encontramos en la disposición de recibir al otro con atención y cuidado.
Visitar un lugar no es sólo tomarse fotos en sus sitios más icónicos, también es la oportunidad de mirar con otros ojos, de descubrir lo que hay detrás de las fachadas. En ese sentido hay algo mucho más valioso que lo aesthetic, vivir algo por primera vez (o una vez más pero nunca siendo la misma persona) y todo lo que eso puede hacer por ti.
Hay espacios que entienden perfectamente por qué hacen lo que hacen
Llevamos un tiempo coleccionando historias sobre encuentros placenteros y no tan placenteros en diferentes lugares de la ciudad; y hemos aprendido que la popularidad y el renombre muchas veces prometen más de lo que dan. La hospitalidad no suele caber en sus planes de convertirse en el lugar más hot del momento.
Recientemente nos contaron de una visita a un restaurante reconocido en SPGG. Después de una dieta rigurosa por salud, lo único que el comensal podía pedir era un platillo que entre todos sus ingredientes llevaba salsa de soya, condimento que le genera alergia. Preguntó si podían omitirla y la respuesta fue no, no se puede cambiar la receta, no podemos salirnos del guión. En una ciudad en constante crecimiento y sofisticación, ¿cómo es que seguimos dejando fuera algo tan básico como escuchar y adaptarnos al otro? Y sobre todo, ¿por qué seguimos eligiendo estos lugares?
La ciudad también está llena de espacios que hacen las cosas bien. Sólo hay que tener ganas de buscar. Nuestro ejemplo más inmediato es Cuadrochico (el café que nos queda más cerca de la oficina), uno de esos lugares que te reciben de la forma más cálida y amable.
“Por eso tenemos una barra, para que te puedas sentar y, si quieres hacer preguntas, adelante. Cualquiera de los baristas te va a contestar con su versión de la historia”, nos platicó Rudy. Ahí, si no sabes qué pedir no hay presión, te preguntan cómo te sientes, qué sabores te gustan, si estás con ganas de algo frío o caliente. Y así nace la bebida ideal para ti, aunque no esté en el menú.
El nombre Cuadrochico nació de un círculo íntimo de amigos que se reunía en cafeterías con frecuencia, y que de forma orgánica fue aprendiendo y, a la par, soñando su propio espacio. “Creemos que cuando conoces algo nuevo que te gusta mucho, lo primero que haces es compartirlo con tu cuadro chico: tus amigos más cercanos, tu familia, tu pareja. Y desde ahí se va tejiendo comunidad.” Eso también es turismo, llegar a un lugar y sentirte en casa.
Sí, es verdad, lo esencial es invisible a los ojos.
La hospitalidad es la base de una ciudad que quiere ser habitable para todos. Es también una forma de resistir este mundo acelerado donde ofrecer tiempo y escucha es casi un acto subversivo.
En Indaga nos interesa hablar de estos lugares “escondidos” en Nuevo León. Dejando de lado la nostalgia o la publicidad, es importante seguir creyendo en lo cotidiano, en lo casi invisible que nos recuerda que hay otra forma de vivir la ciudad. La invitación es a descubrirla más allá de lo evidente y siempre que sea posible, más allá de la pantalla.
Y, si vamos a hablar de turismo alternativo, empecemos por lo humano. Que nuestras recomendaciones se basen en las formas en que un espacio puede abrazarte sin decir una palabra. En cómo una bebida bien hecha puede ser también una bienvenida sincera, una invitación a quedarnos.