Entre los puentes y avenidas de tráfico perpetuo que impulsan el ritmo acelerado del día a día, hay algo que corre a lo largo de Monterrey sin hacer ruido. Algo que estuvo aquí mucho antes que nosotros y que, a pesar del concreto y la indiferencia, sigue vivo. El Río Santa Catarina, aunque puede parecer un cauce seco que vemos desde el carro, es una grieta profunda que aún permite respirar a la ciudad.
Muchos lo cruzan todos los días sin detenerse a mirar porque no hay agua, ni parece “algo que ver”. Pero basta un poco de atención para notar que ese tramo de tierra entre dos mundos es un vestigio natural que nos sirve como recordatorio de lo que fue y lo que podría seguir siendo.
Un territorio que nos conecta
El Río Santa Catarina nace en las faldas de la Sierra de Arteaga, en Coahuila, y recorre más de 75 kilómetros antes de desembocar en el Río San Juan, al este de Nuevo León. Cruza de oeste a este el corazón de Monterrey, San Pedro y Santa Catarina, partiendo la ciudad como una línea vital. A simple vista podría parecer un terreno baldío, pero en realidad es uno de los pocos corredores ecológicos que quedan en medio del caos urbano de la ciudad.
A lo largo de su recorrido, el río atraviesa zonas densamente urbanizadas, pero también se asoma a espacios donde la vegetación crece a su ritmo. Entre sus márgenes sobreviven especies de flora y fauna que se han adaptado a las condiciones del entorno como los mezquites, huizaches, chaparros, también hay lagartijas, aves migratorias, libélulas, anfibios. Aunque no lo parezca, el río todavía alberga vida, y no poca.
Memoria natural en medio del concreto
El Río Santa Catarina también es un testigo silencioso de la historia de la ciudad. En 1988, tras el paso del huracán Gilberto, su caudal creció tanto que arrasó con puentes y avenidas, incluso algunas casas. Fue entonces que el cauce fue ‘domesticado’, fue canalizado y tratado como un espacio a evitar, del que era necesario alejarse. Pero el río, como la ciudad misma, no olvida su naturaleza; hoy en día, aunque no lleve agua de forma permanente, sigue siendo un ecosistema dinámico que cambia y se reactiva con las lluvias, y así resiste.
Ese terreno seco al que en algún momento le crecieron canchas de fútbol y parques que ahora viven entre la maleza, sigue siendo parte fundamental de la respiración de la ciudad. Ayuda a regular la temperatura y a absorber el agua de las tormentas, creando microclimas que alivian en cierta medida el calor del verano. Nos recuerda que no todo está cubierto de asfalto, que hay tierra incluso bajo la sombra de los puentes elevados.
Mirar distinto para habitar con respeto
Quizás lo que hace falta es volver a mirar, voltear hacia abajo desde el puente y no solo ver el vacío, más bien detenernos a reflexionar sobre qué hay ahí. ¿Qué significa que en el corazón de una ciudad como Monterrey todavía exista un espacio sin urbanizar del todo? y ¿qué pasaría si en lugar de verlo como una cicatriz lo viéramos como una posibilidad?
El Río Santa Catarina no está esperando que lo rescatemos ni que lo llenemos de edificios, está ahí, ya es como es, y su sola presencia es una forma de resistencia. Es una invitación a preguntarnos cómo queremos convivir con la naturaleza que nos queda, viéndola no como un adorno, sino como parte de nuestra vida cotidiana.
Imagina lo que podría ser: un corredor natural que conecte barrios, que albergue espacios culturales al aire libre, que sirva como refugio de especies y como punto de encuentro entre las personas. Ya existen iniciativas ciudadanas, como Un río en el río, que han intentado activar el cauce con caminatas, recorridos guiados, limpieza y documentación, porque aunque no fluya el agua hay otras formas de flujo que también importan.
Es necesario que comencemos a ver al Río Santa Catarina como un espacio común, un fragmento de lo que fuimos que nos sigue dando pistas de lo que podríamos seguir siendo si decidimos mirar más allá de lo evidente.